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11 nov 2007

Cómo es vivir con un dolor agobiante que no desaparece



Lo padece casi el 10% de la población





Puede aparecer por una lesión, una enfermedad o la alteración del sistema nervioso


NUEVA YORK.- El dolor, en particular el que no cesa, cambia a una persona. Y muy rara vez para bien. La reacción inicial al dolor serio suele ser el miedo: ¿qué es lo que tengo? ¿Es curable? Pero el dolor que no logra responder al tratamiento da paso a la ansiedad, la depresión, la ira y la irritabilidad.
A los 29 años de edad, Walter, programador de computadoras en Silicon Valley, California, desarrolló una lesión por tensión repetitiva que le ocasionaba mucho dolor en las manos cuando usaba el teclado. La lesión no desapareció con el descanso y el dolor empeoró; se extendió a sus hombros, el cuello y la espalda.

Incapaz de trabajar, levantar, cargar o apretar cualquier cosa sin soportar días de ese dolor paralizante, Walter ya no podía conducir, abrir un frasco o siquiera firmar. "A los 29, ya estaba en la lista de discapacitados del Seguro Social, recluido en casa, mientras mi vida, al parecer, había terminado", recuerda Walter en el libro Vivir con dolor crónico (Hatherleigh Press, 2004), escrito por la doctora Jennifer Schneider. Hoy, con depresión grave, se pregunta si vale la pena vivir así
Pero, aun a pesar de su limitada movilidad y de las líneas fruncidas en su rostro por el dolor, ver a Walter es ver a un hombre joven y saludable. Es difícil notar que él o cualquier otra persona agobiada por el dolor crónico sufren tanto como dicen.


El dolor es un síntoma invisible y subjetivo. El cuerpo de una persona que padece dolor crónico -alguien con fibromialgia, por ejemplo, o dolor de espalda- suele estar intacto. No existen pruebas objetivas para detectar este dolor o medir su intensidad. Sencillamente, hay que creer en la palabra de la persona.

Casi el 10% de la población padece dolor moderado a grave y crónico, en tanto la incidencia va en aumento a medida que envejecemos. Es muy poco frecuente el alivio por completo de este tipo de dolor, incluso con el mejor tratamiento. Médicos y pacientes por igual, a menudo se muestran reacios a usar fármacos como los opiáceos, que pueden aliviar tanto el dolor agudo como el crónico y evitar la aparición del síndrome de dolor crónico.

Por qué no cesa el dolor


Los problemas relacionados con el dolor crónico son que nunca termina realmente y que no siempre responde al tratamiento. Si su origen fue una lesión o enfermedad, puede persistir más allá de la curación de la herida o la enfermedad, debido a ciertos cambios permanentes en el cuerpo.



El psicólogo australiano Mark Grant, especialista en el manejo de dolor crónico, dice que la idea de que una "lesión física equivale a dolor" es simplista. "Ahora sabemos que el dolor aparece y se mantiene por una combinación de factores físicos, psicológicos y neurológicos", escribe Grant en su sitio www.overcomingpain.com . Con el dolor crónico, a menudo es imposible precisar una causa física permanente.
"El dolor crónico puede ser ocasionado por tensión muscular, cambios en la circulación, desequilibrios en la postura, perturbaciones psicológicas y cambios neurológicos -agrega-. Asimismo, se sabe que el dolor que no cesa está asociado con una mayor tasa metabólica, excitación espontánea del sistema nervioso central, cambios en la circulación de la sangre al cerebro, así como cambios en el sistema límbico-hipotálamico", la región del cerebro que regula las emociones.
Schneider, especialista en manejo de dolor en Tucson, Arizona, destaca en su libro que el sistema nervioso es responsable de dos tipo importantes de dolor crónico. Uno, conocido como dolor nociceptivo, "surge por lesiones musculares, de tendones y ligamentos o en los órganos internos", explica. Las células nerviosas que no están dañadas y responden a una herida o lesión fuera de sí mismas transmiten señales de dolor a la columna vertebral y después al cerebro. El dolor resultante suele describirse como profundo y punzante. Los ejemplos más frecuentes son el dolor de la espalda baja, la osteoartritis, la artritis reumatoide, la fibromialgia, las cefaleas, la cistitis intersticial y el dolor continuo de la pelvis.
El segundo tipo, conocido como dolor neuropático, "aparece por la función nerviosa anormal o una lesión nerviosa directa". Sus causas incluyen el herpes zóster, la neuropatía diabética, la distrofia simpático-refleja, el dolor fantasma en las extremidades, la radiculopatía, la estenosis espinal, la esclerosis múltiple, el Parkinson, la embolia y la lesión de la columna vertebral.
Las fibras nerviosas que están dañadas "pueden disparar el dolor de manera espontánea, tanto en el sitio de la lesión como en otras partes del nervio [y] pueden continuar indefinidamente, incluso después de que la fuente de la lesión haya dejado de enviar mensajes de dolor", según Schneider.
El dolor neuropático, agrega la especialista, puede ser constante o intermitente, punzante, quemante, dispararse súbitamente o como una puñalada y hasta irradiarse por brazos o piernas. Este tipo de dolor tiende a "incluir respuestas exageradas a estímulos dolorosos e irradiación del dolor hacia áreas que antes no dolían, además de sensaciones de dolor ante estímulos que no suelen provocar molestia, como un roce delicado". A menudo, se agrava a la noche y puede causar cosquilleo, comezón intensa y sensación de pinchazos.
Más allá de lo físico
Las consecuencias del dolor crónico se extienden más allá de la incomodidad que provoca la sensación de dolor en sí. Schneider señala, entre los efectos físicos, la imposibilidad de lograr una curación o recuperación completa de una lesión o enfermedad; la debilidad y el desgaste muscular; la reducción de la movilidad; los problemas para respirar y la necesidad de contener la tos para evitar el dolor.
Todo esto eleva el riesgo de sufrir neumonía, retención de sodio y líquido en los riñones, aumento del ritmo cardíaco y la presión, debilitamiento del sistema inmune, lentitud de la motilidad intestinal, insomnio, pérdida del apetito y de peso, y fatiga.
Las consecuencias psicológicas y sociales de este dolor pueden ser enormes, desde despojar a una persona de la capacidad de disfrutar de la vida hasta trabajar. Sólo la mitad de los pacientes que padece dolor crónico puede volver a trabajar. Para los especialistas en dolor, "nadie en su sano juicio cambiaría una vida plena por la miseria del dolor crónico".
Por Jane Brody
De The New York Times




Domingo 11 de noviembre de 2007

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