El término amianto (castellano) o asbesto (inglés) se utiliza para describir la forma fibrosa de seis tipos de silicatos minerales naturales. De estos seis tipos se han utilizado comercialmente tres (crisotilo, amosita y crocidolita).
El amianto comenzó a utilizarse de modo generalizado a partir de la revolución industrial (finales del siglo XIX) aunque es durante el siglo XX cuando mayores cotas de producción de materiales que contienen amianto se han alcanzado.
Se conocen más de 3000 usos del amianto como materia prima en diversos materiales o productos, entre ellos podemos destacar: aislamientos de hornos, juntas de estanqueidad, revestimiento de tuberías, proyectados sobre superficies y estructuras para protegerlos del fuego o insonorizarlos, placas o tuberías de fibrocemento, suelos de vinilo, etc.
Los primeros efectos nocivos del amianto empezaron a describirse en el año 1907, Murray expuso el primer caso de fibrosis pulmonar consecuencia de la exposición a amianto. Aunque anteriormente ya se relacionó el amianto con el cáncer de pulmón y el mesotelioma no es hasta 1955 que se demostró su relación indiscutible con el cáncer y en 1960 con el mesotelioma.
Actualmente el amianto es uno de los cancerígenos más potentes que se conocen y está calificado según la Unión Europea como sustancia cancerígena de primera categoría (Tipo A1). Es por ello que todos los países miembros han prohibido la utilización del amianto como materia prima y la comercialización de productos que contienen amianto en su composición.
La situación actual, una vez prohibida la comercialización de materiales con amianto, nos obliga a tomar una decisión importante, como es qué hacer con los materiales que han sido instalados a lo largo de todos estos años y a su vez, una pregunta no menos importante, dónde podemos encontrar estos materiales.
Proyectado de amianto en el interior
de un hueco de ascensor
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